Enterrado en vida en Idomeni

Mamoon Hassan

¿Conoce Usted a Sísifo? ¿El mito griego que fue castigado a cargar una inmensa roca hasta la cima de una colina, sólo para ver cómo ésta rodaba después otra vez cuesta abajo, repitiendo esta condena hasta la eternidad? Pues bien, todos los que estamos aquí en Idomeni somos Sísifos, pero con una diferencia: no hemos hecho nada para merecerlo.

Mi nombre es Mamoon Hassan, de Al- Raka, en Siria. Tengo tan solo 26 años de edad, pero ya he vivido más de lo que muchos hombres vivirían incluso si viviesen tres vidas. Nací en una gran familia, y grandes eran también nuestros sueños hasta que, un día de invierno de 2014, la denominada organización del Estado Islámico se hizo con el poder en nuestra ciudad y destruyó nuestras esperanzas. La vida bajo el control del Estado Islámico era peor que una pesadilla. Los colores fueron abolidos y mi madre y hermanas fueron obligadas a vestir únicamente de negro. Fumar un cigarrillo estaba castigado con latigazos. Con resignación, tuve que ver cómo mi Licenciatura en Periodismo se convirtió en un pedazo de papel inútil: el Estado Islámico prohibió ejercer el periodismo considerándolo una profesión herética, propia de los infieles y descreídos. Aún así, aunque vivíamos en un estado de temor constante, intentábamos mantenernos optimistas pensando que algún día todo este sinsentido acabaría y se convertiría solamente en el recuerdo de un mal sueño. 

Por desgracia, nuestro optimismo no fue suficiente. Un día el Estado Islámico llamó a mi puerta exigiéndome que trabajara para ellos. Un día el Estado Islámico llamó a mi puerta exigiéndome que trabajara para ellos. Fue en aquel momento cuando me di cuenta de que no tenía más remedio que dejar atrás mi amado país. Yo preferiría morir antes que servirles, y el Estado Islámico nunca pide las cosas dos veces. Iré a Europa, le dije a mi familia. En Europa, estaré seguro y seré libre para trabajar de nuevo. Recuperaré el control de mi vida, dije. Si tan solo hubiese sabido lo que me esperaba...

Así, mi viaje comienza como comenzó para tantos antes que yo: cruzando la frontera entre Siria y Turquía. Tengo que reconocer que tuve suerte ya que conseguí colarme dentro de un camión de ovejas en lugar de tener que cubrir la distancia a pie, como hacen la mayoría de mis compatriotas. Cuando por fin llegué a la frontera, estalló un combate entre la policía turca y las mafias de traficantes de personas. La violencia escaló y pronto oí las balas volar por encima de mi cabeza. Mi amigo Marwan y yo empezamos a correr. Era de noche y la niebla era tan espesa que apenas podíamos ver nuestros propios pies. Parecía como si estuviésemos corriendo con los ojos vendados. En un mal paso, terminé atrapado en el alambre de espino y dudo que pudiese estar hoy aquí escribiendo esto si no fuera por la ayuda de MarwanEn un mal paso, terminé atrapado en el alambre de espino y dudo que pudiese estar hoy aquí escribiendo esto si no fuera por la ayuda de Marwan, que arriesgó su vida para ayudarme a escapar de las cuchillas. Lo que ya no pudimos salvar de los alambres fue el único equipaje que llevaba: mi teléfono, cámara de fotos y ordenador portátil. Las herramientas que me iban a ayudar a encontrar trabajo cuando llegara a mi soñada Europa.

Una vez en Turquía, comenzó otra batalla: nuestra batalla contra el mar. Esta vez, lamentablemente, estaba en su epicentro y sin lugar donde correr. Los barcos de la muerte, como se les conoce, son pequeños y van abarrotados. El viaje puede durar más de 10 horas, pero no todos los barcos consiguen llegar a tierra… Nadie en su propio juicio subiría en uno de ellos salvo que no tuviera otra opción, pero nuestras esperanzas de un futuro mejor nos ayudaron a olvidar los peligros del mar. En medio de la travesía, el motor de nuestro barco dejo de funcionar. Desamparados, nuestra pequeña embarcación fue abandonada a merced de las olas pero, contra todo pronostico, conseguimos llegar a tierra firme en Grecia. Era el 19 de febrero de 2016, un mes después de que comenzara mi viaje.

Y por fin… ¡Grecia! El país de la filosofía, el país que inventó la democracia hace cientos de años. Las distancias a cubrir serían más cortas a partir de ahora y todos los sufrimientos y dificultades habrían merecido la pena. Muy pronto, pensé, estaré cruzando la frontera con la República de Macedonia, la única ruta disponible después de que Eslovenia, Croacia y Serbia cerraran sus fronteras. Un último esfuerzo y pronto estaré en el corazón de Europa. ¡de Europa! Tras coger toda una miríada de autobuses, finalmente conseguí llegar junto con otros miles de refugiados como yo al pequeño pueblo de Idomeni, justo en la frontera entre Grecia y Macedonia. Con todas las demás rutas cerradas, la afluencia de refugiados a Idomeni era enorme por aquel entonces y la policía griega había implantado un protocolo para cruzar según el cual los refugiados que hubiesen llegado antes a Grecia debían pasar los primeros. De acuerdo, pensé, es justo, esperaré mi turno. Pero entonces… mi peor temor y el de otros miles como yo se materializó: Macedonia sellaba su frontera. La última ruta a Europa está ahora cerrada. Todos nosotros, atrapados.

Desde entonces, permanezco enterrado en vida en Idomeni, el final de la línea. El lugar en el que hemos perdido nuestra humanidad, donde los niños no van al colegio y los enfermos no pueden acceder a los cuidados médicos necesarios, donde acampamos en carpas que carecen de las más mínimas condiciones de habitabilidad y donde los alimentos se distribuyen en interminables líneas donde uno espera durante horas, a veces para escuchar que la comida ya se ha terminado. Quienes mantienen todavía sus fuerzas o aquellos cuya desesperación es aún más fuerte que su cansancio intentan cruzar la frontera cada noche. La mayoría abandonan sus carpas intactas dejando con sus cosas dentro: saben que lo más probable es que la policía macedonia les intercepte y les devuelvan al campamento muy pronto.

Personalmente, he perdido toda esperanza. Toda esperanza de cruzar la frontera o que Europa encuentre una solución para nosotros. Todo lo que puedo hacer es escribir, escribir acerca de cómo es el día a día en este lugar. Cada mañana, escribo un mensaje en un pedazo de cartón y permanezco de pie frente las vías del tren a la entrada del campamento. Es la única herramienta que me queda para protestar por nuestra situación. Sin embargo, la pancarta de hoy no contiene un mensaje reivindicativo ya que he querido que vaya dirigido a Ustedes que ahora me leen. He conocido a muchos europeos y occidentales en el campamento en estos meses. Trabajadores humanitarios, cooperantes y voluntarios. Todos ellos, como seguramente sea Usted también, son personas decentes que han sido muy amables conmigo. Pero, ¿qué sucede con sus gobiernos? Aquí, en Idomeni, no somos mitos griegos, somos personas reales. Gente real, como Usted, que está siendo utilizada en un macabro juego de poder a manos de sus gobiernos. Así que, si me está escuchando, este es mi mensaje para Usted y para los demás ciudadanos europeos: por favor, hagan que termine este juego. Sólo queremos vivir en paz, como cualquiera de Ustedes.